ACTO I
ESCENA I
EL POETA.
(Aparece sentado a la mesa de despacho con la pluma en la mano y meditando.)
¡Ni un pensamiento siquiera
para la última estancia!
¡Oh creación de mis sueños!
¡Oh fíat de mi esperanza!
¡Otra inspiración tan sola,
y acaso a más de una dama
viva y real cause envidia
mi Belisa imaginaria!
Quizá mi ruego desoyes
porque no comparo al nácar
tu frente, al oro tus trenzas,
tu süave aliento al ámbar,
y no juro que si lloras
una perla es cada lágrima;
que aunque el ocio de un poeta
te engendró, bello fantasma,
basta que mujer te llames
para ser interesada.
Repasemos la canción
a ver si me templo.
(Leyendo.)
«Sábanas...
Navajeros... Calcetines...»
¿Qué es esto? ¿Hay mayor infamia?
¡Al respaldo de mis versos
la cuenta sucia y prosaica
de la lavandera! ¡Oh! sea
mil veces excomulgada
la sacrílega patrona
que su mano temeraria
puso aquí... Pero tal vez
mi pluma fue la culpada,
que tocante a distracciones
nadie a los poetas gana.
Paciencia. Vuelvo la hoja
y que lo averigüe Vargas.
(Lee para sí.)