La escena es en una quinta a las inmediaciones de Madrid. Sala baja con puerta en el foro que da a un pasillo, en cuya pared frontera hay una verja que conduce a un jardín; otras dos puertas, una a la derecha, otra a la izquierda del actor. Habrá un piano y una mesa con escribanía. Es de noche.
ESCENA I
LA CONDESA. QUITERIA.
QUITERIA Digo que aquí se pasa
muy mal. Si está resuelta
la venta de la casa,
¿por qué no damos a Madrid la vuelta?
Ya empieza a ser muy cruda
la estación, y por cierto
que una condesa viuda
no está bien en este árido desierto.
Viudita que aún no peina
los veinticinco mayos,
no cual merece reina
reducida su corte a los lacayos.
Y a mí también, señora,
aunque quizá descubre
mi frente pecadora
que perdido mi abril llegó mi octubre,
a mí también me gusta
el mundo y su bullicio.
La soledad me asusta.
La vida sin Madrid es un suplicio;
que si de otros placeres
priva la suerte airada
a las pobres mujeres
que lloran su hermosura jubilada,
allí hay feria y bureo,
y ruido y tremolina,
y Circo y coliseo,
y Polvos de la Madre Celestina ().
CONDESA Pronto será, lo espero,
de otro dueño esta hacienda;
pronto la haré dinero,
ya que al fin es forzoso que la venda;
que el señor don Fabricio,
aunque hombre de bufete,
por hacerme un servicio
cuanto por ella pido me promete.
Dará en oro el importe,
y mañana temprano
vendrá desde la corte
a extender la escritura un escribano.
QUITERIA Si es loca la fortuna
en muchas ocasiones,
cuerda fue y oportuna
colmando a don Fabricio de sus dones.
¡Vea usté un millonario
que peca de modesto,
y cualquier perdulario
si medra tanto así se hace indigesto!
Ni le deslumbra el lujo,
ni el oro le envanece,
y aunque es algo cartujo,
¡tiene un alma tan noble...!
CONDESA Así parece.
Si deshacerme siento
de una quinta tan bella,
a fe, no me arrepiento
del hospedaje que le doy en ella.
QUITERIA ¿Cierto? Pues, a mi juicio,
o me engaña la pinta,
o el señor don Fabricio...
CONDESA ¿Qué?
QUITERIA Gusta más de usted que de la quinta.
CONDESA Tal vez... por un capricho...
Mas no me ha dicho nada.
QUITERIA Su lengua no lo ha dicho,
pero ¡suele hablar tanto una mirada!
CONDESA No entiendo yo el dialecto
de los ojos.
QUITERIA Lo dudo.
CONDESA Ni me hacen mucho efecto
los guiños de un amante sordomudo.
QUITERIA ¿Cómo quiere usted que hable,
si teme? Así son todos.
Mírele usted afable,
y hablará el pobrecito... ¡por los codos!
CONDESA O no prendió de recio
esa amorosa llama,
o es amante muy necio
quien no arrostra el desvío de su dama.
QUITERIA Preámbulos a un lado.
Él ama con delirio,
y a mí me ha confesado
que es usted la ocasión de su martirio.
CONDESA ¿De veras?
QUITERIA (Y amén de esto,
me ha dado, ¡huy!, una onza,
y a servirle me presto,
y más lista andaré que una peonza.)
¿Qué veo! ¿Cómo ahora
se queda usted suspensa?
¡Buen ánimo, señora!
Tanto amor bien merece recompensa.
CONDESA Mas...
QUITERIA Ya en ese semblante
leo yo, buena alhaja,
que no es el comerciante
a los ojos de usted saco de paja.
CONDESA Tiene gentil presencia.
QUITERIA ¡Oh!...
CONDESA No me desagrada.
QUITERIA ¡Famosa conveniencia!
CONDESA Cierto. Y mi casa está muy atrasada
Pero mi ilustre cuna...
QUITERIA ¡Ay, ay!... Los pergaminos
sin bienes de fortuna
no valen en el día dos cominos.
CONDESA Lo pensaré, Quiteria.
¿Ha de ser puñalada
de pícaro? Es materia
que debo consultar con la almohada.
Primero es que el adusto
silencio ese hombre venza.
QUITERIA Lo vencerá...
CONDESA No es justo
que yo vaya a quitarle la vergüenza.
QUITERIA Pero ¿usted me promete,
si es cierto como creo
que él...?
CONDESA Voy al gabinete,
Quiteria, que tengo hoy mucho correo.
(Vase por la puerta de la izquierda.)