Yo por vos, y vos por otro

Yo por vos, y vos por otro

Yo por vos, y vos por otro

  • Autor:
    Agustín Moreto
  • ISBN:9788497704526
  • Categoría:Biografías, literatura y estudios literarios; Obras de teatro, textos teatrales
  • Temática:Obras de teatro, textos teatrales
  • Páginas:28
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:755
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
  • 1.35€

    1.28€

  • Sin Impuesto:1.24€
JORNADA PRIMERA


Sala en casa de don Enrique.

ESCENA PRIMERA.

DON ÍÑIGO, MOTRIL.
DON ÍÑIGO Seas, Motril, bien venido.
MOTRIL ¿Esa es, Señor, tu alegría?
Con cara de hipocondría
a recibirme has salido.
Cuando vengo de Sevilla
a verte recién casado,
¿te hallo tan desazonado?
¿Has dado librea amarilla?
Que tu semblante la copia.
¿Triste ya, casado ayer?
¿No te agradó tu mujer?
¿Has caído ya en que es propia?
¿Has dado en guerra civil?
¿Echas menos lo soltero?
¡Te ha salido el dote güero?
DON ÍÑIGO No me be casado, Motril;
que es la congoja en que peno.
MOTRIL ¡Jesús! Pues ¿quién te curó
de una boda que te dio,
estando tú sano y bueno?
DON ÍÑIGO En un esquivo tormento
mi destino me ha enlazado;
casi estoy desesperado.
MOTRIL ¿Cómo, Señor?
DON ÍÑIGO Oye atento.
Ya sabes tú la amistad
que tenemos tan antigua
don Enrique de Ribera
y yo. Los dos en las Indias
tan estrecha la tuvimos,
que igualó la nuestra mismo,
con don Gómez de Cabrera,
que con la hacienda más rica
que hubo en Méjico en su tiempo,
a dar buen fin a su vida,
de su noble esposa viudo,
volvió a Madrid con dos hijas.
Viendo que ya de su edad
pisaba la postrer línea,
quiso poner en estado
dos prendas de amor tan dignas.
Acordóle de nosotros
la amistad y la noticia
de nuestra ilustre nobleza,
y que los dos en las Indias
las pedimos por esposas;
con que escribiendo a Sevilla,
nuestra patria, nos propuse
el empleo de sus hijas.
Ofrecióle a mi ventura
la mayor, que es Margarita;
tan bella, que deste modo,
no por nombre se apellida,
sino por definición
de su beldad peregrina.
Y a don Enrique a Isabel;
menor, no sé si te diga
en la edad y en la belleza,
siendo estotra tan divina;
que yo, como enamorado,
te podré alabar la mía,
más no condenar la otra.
Ni sabré, aunque se permita;
porque yo tengo en mis ojos
una observancia prolija:
Que a la mujer del amigo
debe siempre el que la mira,
cerrar en sus atenciones
las puertas en que peligra,
y verla sin elección,
sin desdén y sin caricia.
De suerte al conocerla
sencillamente la vista,
el respeto solo abra
la puerta de la noticia.
Enviónos los retratos
de las dos, y repetida
por nosotros la fineza,
otros dos nuestros envía
nuestro recíproco amor;
y en ellas hizo la misma
impresión que en nuestros ojos
del pincel la valentía.
Raro efecto del primor,
a quien la ausencia acredita,
o porque al que no se ve
con más fuerza se imagina,
o porque le da al retrato
viveza la ausencia misma;
pues lo vivo de lo lejos
hace las sombras más vivas
murió a este tiempo don Gómez,
y su muerte hizo precisa,
sin aguardar prevenciones,
nuestra dichosa partida.


Escribir Opinión

Nota: No se permite HTML!
    Malo           Bueno
Captcha