ACTO PRIMERO
Salón bajo de la casa de los Mendozas en Villaharta-Quintana, de suntuosa arquitectura bizantina, con puerta al fondo.
ESCENA I
VIVALDO, DOÑA JUANA, MARINA y doncellas. El primero, sentado junto a un bufete, suelta al alzarse el telón un libro en que estaba leyendo. Las otras labran al lado opuesto de VIVALDO.
VIVALDO. Pobre Tristán!
MARINA. ¿No lo dije?
¡Mal haya, amén, el rey Marco!
Su mujer, la linda Iseo,
razón tuvo para odiarlo,
y convertir su ternura
al mozo apuesto y bizarro.
VIVALDO. El Rey a Tristán debiera
vencer en abierto campo;
pero matarle dormido...
Son, ¡ay!, los celos villanos.
D.ª JUANA DE MENDOZA. Decid que de un loco amor
son los frutos siempre amargos.
MARINA. ¿Loco amor?
D.ª JUANA DE MENDOZA. No más Tristán
y Lanzarote del Lago.
Es fiera peste del alma,
libro ponzoñoso y vano.
VIVALDO. Cuidad, que es verdad e historia.
D.ª JUANA DE MENDOZA. Cuida tú, que yo lo mando.
Vuelve a leerme proezas
de nuestro Cid castellano,
o lo que hicieron relata
mis nobles antepasados.
Cómo el infante don Zuria
fue de la morisma espanto;
cómo...
VIVALDO. Y ¿para qué tan lejos,
si vuestra casa han honrado,
viviendo vos, adalides
que son de Castilla pasmo?
En ésa de Aljubarrota,
¿no murieron hace un año
vuestro padre y vuestro esposo?
D.ª JUANA DE MENDOZA. Dices bien, murieron ambos.
VIVALDO. ¡Vuestro padre! El gran don Pedro,
rival de latinos lauros.
Aún sus palabras están
en mi pecho resonando:
«Si el caballo vos han muerto,
subid, Rey, en mi caballo;
si os roba el dolor las fuerzas,
llegad, subireos en brazos.
Poned un pie en el estribo,
y el otro sobre mis manos.
Mirad que el tumulto arrecia,
aunque muera, yo, libradvos.
Pierdan mis hijos un padre,
yo al padre de todos salvo;
amparo sed de los míos,
y adiós que va en vuestro amparo.»
Dijo el valiente alavés,
señor de Hita y Buitrago,
al rey don Juan el primero,
y entrose a morir lidiando.