ACTO PRIMERO
Salón en el palacio de los virreyes. Dos mesas en el fondo, con escritorio. Foro de salón de baile. Noche
ESCENA PRIMERA
Beatriz, Fortún
BEATRIZ: (Seguida de Fortún.) Es inútil, señor escudero, tanta insistencia.
FORTÚN: Mirad lo que perdéis.
BEATRIZ: No pierdo nada.
FORTÚN: El tiempo, cuando menos.
BEATRIZ: Vos sí que lo perdéis; dejadme en paz.
FORTÚN: Mi señor es muy rico.
BEATRIZ: Lo sé.
FORTÚN: Y ¿cómo lo sabéis?
BEATRIZ: Me lo imagino. ¡Sois tan dadivoso!...
FORTÚN: Dádivas quebrantan peñas.
BEATRIZ: Yo soy inquebrantable.
FORTÚN: El oro de mi señor no os deslumbra, ni la codicia os excita... ¿Alguno os paga mejor?
BEATRIZ: Puede...
FORTÚN: Pensad en que vuestra señora le ama.
BEATRIZ: Mi señora amará a quien su tutor le designe para esposo. ¿Lo entendéis?
FORTÚN: Bien; pero lo que yo os pido es simplemente una entrevista de mi señor con ella.
BEATRIZ: En mi casa, os dije ya que no; en la propia casa de mi señora, en donde osasteis penetrar furtivamente.
FORTÚN: (Acercándosele.) Beatriz... ¡Excelente, Beatriz!
BEATRIZ: ¡Apartad! ¿Quién sabe con qué maligno objeto os atrevisteis a tanto?
FORTÚN: Ya os lo dije: doña Blanca...
BEATRIZ: Y ¿cómo ha podido saber vuestro señor que doña Blanca le ama?
FORTÚN: Lo sabe.
BEATRIZ: Ésa no es respuesta.
FORTÚN: Es.
BEATRIZ: Si nunca habló con ella.
FORTÚN: Sí tal.
BEATRIZ: Encerrada estuvo siempre en un convento.
FORTÚN: Los conventos rejas tienen.
BEATRIZ: ¡Qué sacrilegio!
FORTÚN: Vos cargaréis con tal pecado.
BEATRIZ: ¡Yo...! Y ¿por qué?
FORTÚN: Porque a mi señor no le proporcionasteis otros medios. Tomad (ofreciéndole un bolsillo), cinco minutos...
BEATRIZ: ¡Ni uno!
FORTÚN: Ved, dueña, que estoy resuelto a arrancaros una promesa.
BEATRIZ: Y ¿cómo?
FORTÚN: Si el oro no os ablanda las entrañas, el hierro podría muy bien deshacéroslas. (Llevando la mano a la espada.)
BEATRIZ: ¡Ay Jesús!... ¿Me amenazáis?
FORTÚN: Sí, por mi vida.
BEATRIZ: ¡Idos!... ¡Me dais miedo!
FORTÚN: Pues acceded, que si no...
BEATRIZ: ¡Daré voces!
FORTÚN: ¿Un escándalo?
BEATRIZ: Terco sois en demasía.
FORTÚN: Y vos, la más estúpida dueña que he conocido.
BEATRIZ: ¿Yo?... ¡Dadme paso!
FORTÚN: Y la más testaruda, y...
BEATRIZ: ¡Callad! Ruido escucho, y ojalá...
FORTÚN: ¡Ya nos veremos! (Vase precipitadamente.)
ESCENA SEGUNDA
BEATRIZ: Es increíble, inaudita, la persecución que este hereje mal nacido me ha declarado; ¡vamos!...
ESCENA TERCERA
El virrey, Beatriz
VIRREY: ¡Beatriz!
BEATRIZ: Señor...
VIRREY: ¿Qué me traes?
BEATRIZ: Un recado para Vuestra Excelencia de la venerable madre abadesa de las Concepcionistas.
VIRREY: ¡Hola!
BEATRIZ: Un recado y una carta.
VIRREY: ¿Una carta?
BEATRIZ: Hela aquí: en vuestras manos la pongo. (Le da un billete.)
VIRREY: (Abriendo el billete y leyendo.) ¡Qué veo!
BEATRIZ: ¡Cuando digo que ha sido audacia...!
VIRREY: Letras de amores... y ¡a Blanca!
BEATRIZ: ¡Y en aquel santo asilo!
VIRREY: No leo aquí, ¡vive Dios!, ni la fecha ni la firma.
BEATRIZ: Encontróse ese billete, muy doblado y escondido, bajo los blancos manteles del pequeño altar de la celda que ayer mismo abandonó doña Blanca.
VIRREY: Y ¿quién pudo...?
BEATRIZ: Eso se ignora. Ha sido una verdadera sorpresa.
VIRREY: Y bien...
BEATRIZ: Celosa nuestra buena madre del reposo y tranquilidad de Vuestra Excelencia, me encarga os avise, para que andéis prevenido, señor.
VIRREY: Manifiéstale, Beatriz, mi reconocimiento.
BEATRIZ: Además, doña Blanca... desde anoche...
VIRREY: ¿Qué es lo que tiene desde anoche?
BEATRIZ: Yo no sé, en realidad, lo que mi señora tiene; pero a decir lo cierto, ella está enferma.
VIRREY: ¿Enferma? ¡Sí!... Ya me lo presumía...
BEATRIZ: Un año hará, señor, si la memoria no me es infiel, que la veo triste, retraída, llorosa.
VIRREY: Beatriz, ¿has observado tú?...
BEATRIZ: Y bien que he observado, señor; alguna oculta y misteriosa pena acibara su vida. Se adelgaza, va perdiendo la color, y desvelada noches enteras, sorprende el primer rayo de la luz del día alguna lágrima en sus ojos.
VIRREY: ¿Te habrás descuidado acaso?
BEATRIZ: Nunca, señor.
VIRREY: Alguno de esos nobles lograría hablarle y...
BEATRIZ: Y ¿cómo podría ser eso? La he vigilado constantemente... He sido su sombra en los claustros; en el huerto, su sombra; su sombra en los jardines.
VIRREY: ¡Es increíble!
BEATRIZ: A no ser que...
VIRREY: ¡Habla!
BEATRIZ: A no ser que... porque ha de saber Vuestra Excelencia, poderosísimo señor, que de algún tiempo a esta parte gustaba doña Blanca de arrodillarse, todos los días, durante la misa mayor, en un rincón del coro bajo, cerca, muy cerca de la reja, y desde allí... porque habéis de saber también, excelentísimo señor, que del otro lado de la reja, en el templo, distinguía yo siempre, inmóvil, fijo, a un gallardo mancebo, que tal lo parecía por su arrogante apostura...
VIRREY: Y ¿tú le viste el rostro?
BEATRIZ: No, no tal, que lo recataba con el embozo. Empero, sobre él veíanse brillar sus ojos... unos ojos...
VIRREY: Y ¿ella?... Y ¿Blanca?...
BEATRIZ: Fijas en él tenía las miradas.
VIRREY: ¡Y tú me lo ocultaste!
BEATRIZ: ¡Perdón, alto y gran señor, perdón! No creí que eso sólo fuese bastante motivo para llamar la atención de su excelencia.
VIRREY: Mal hiciste, muy mal, ¡viven los cielos! Y tú, ¿crees que el autor de esa carta...?
BEATRIZ: Pudiera ser el mismo.
VIRREY: Y ¿piensas que estos amores...?
BEATRIZ: Desvelada, inquieta y malcontenta la traen; de todas maneras, asegúroos, señor que doña Blanca no amará al caballero que le destináis por esposo.
VIRREY: Pues ello tendrá que ser así, Beatriz. Tú que tan grande influencia has logrado en su corazón, necesario es que procures aceptar sumisa y resignada ese enlace que... ¡me importa!
Hazle comprender que una dama bien nacida debe, antes que nada, ciega obediencia al que ha velado por su felicidad desde que era niña... ¿Me entiendes?
BEATRIZ: Perfectamente. Pero hoy...