DEDICATORIA.
A Luis Ortiz de Matienzo, del consejo de su Majestad, y su secretario de Nápoles en el supremo de Italia Esta fábula escrita en prosa -su título LA PEREGRINACIÓN SABIA-, escrita más para la utilidad que para el deleite, ofrezco a vuestra merced, porque hago confesión pública de que no tengo otro caudal con que pagarle tantos beneficios, pues con sumo cuidado procura que se traslade a España el valor de aquella hacienda que tengo en Italia, con que podría pasar menos desacomodado, pues, por no haber tenido hasta ahora tan grande y tan piadoso protector, ha que duran los pleitos más de cuarenta años, que no fueron más largos los que se trajeron sobre el estado de Puñonrostro. De los demás bienes que están libres, que son muchas y muy buenas casas, hasta ahora no he visto sino de cuatro en cuatro años unas blanquillas, que apenas son la paga de un año, con que no se diga que intentan vivir de balde los demás, por lo menos así lo parece. Mas si, como espero en Dios nuestro Señor y en la piedad y clemencia cristiana de vuestra Merced, pues es ciertísimo que otro algún respeto humano no lo mueve, esto llega a conseguir el último y deseado fin, podré decirle a vuestra merced lo que Virgilio a César Augusto cuando le fueron restituídos sus campos y se halló gozando de una ociosidad tranquila y de una paz suave; dijo así, en la égloga primera: «O Melibae, Deus nobis haec otia fecit: Namque erit ille mihi, semper Deus, illius aram, Saeepe tener nostris ab ovilibus imbuet agnus.» Entendiendo el fallido estado que tenían estos negocios, antes que vuestra merced los amparase, el reverendísimo padre maestro Hortensio, que Dios tiene, lo violentó a exclamar, diciendo: «¡Extraña fortuna de hombre, que le obliga a pedir de limosna su propia hacienda!» Y dijera mucho más, si supiera que se adquirió, no en el ocio de la corte ni en los palacios de los príncipes, con las lisonjas que tanto son en ellos acariciadas, sino por un brazo militar y bizarro, que después de haber servido a sus Majestades de los señores Carlos V y Felipe II en todas las ocasiones honradas que se ofrecieron en aquellos tiempos, murió en Nápoles, Alférez de caballos de la compañía del Príncipe de Urbino Señor, el proseguir esta empresa es hazaña digna del ánimo generoso de vuestra merced, y la pagará el cielo con la liberalidad que acostumbra Guarde Nuestro Señor a vuestra merced muchos años, con los acrecentamientos que merece y yo, su mayor servidor, le deseo Servidor de vuestra merced, ALONSO DE SALAS BARBADILLO FÁBULA EN PROSA En aquel tiempo, tan charlatán y bachiller, del mal agestado filósofo Esopo, cuando gozaban todos los animales, peces y aves el privilegio de papagayos, urracas y tordos, pues todos hablaban, entrando a la parte con ellos árboles y piedras; en aquel siglo en que andaba la elocuencia tan barata que parecía que cualquier zorra se había convertido en Demóstenes o que Demóstenes se había convertido en zorra, y de lo segundo me admirara menos, pues yo he visto elocuencia tan furiosa, horrible y turbulenta que más parecía bacanal espíritu que inspiración y aliento del venerable Apolo; en aquella edad en que fuera ocioso el arte que enseña a hablar a los mudos, y aun en ésta presente lo es tanto que reverenciáramos más al que nos diera doctrina para enmudecer a la verbosidad molesta de tanto hablador importuno y confiado; en este tiempo, pues, habitaban en aquellos campos eternamente verdes de la nobilísima ciudad de Córdoba dos zorros, macho y hembra, que, siendo casados, tuvieron un hijo, cuyo nacimiento causó la muerte de su madre, siendo una misma hora para él origen y para ella ocaso.
Lágrimas mentidas lloraba el zorro viudo, mentira cristalina y transparente y por esto menos culpable, por ser tan claras como el agua de quien ellas procedían, y fingiendo estar indispuesto de la pena que había recibido, se acostó luego en la cama, consiguiendo con esto dos utilidades: la primera, acreditar su sentimiento, y la segunda, excusarse de ir acompañando el entierro, arrastrado del mismo capuz que había de llevar arrastrando. Las ventanas del aposento tenía cerradas, por poderse reír sin nota de los desvaríos que le decían los que le daban los pésames, que también hay necedades fúnebres, porque la muerte no es poderosa para defenderse de los injustos hipérboles de la mal presumida ignorancia, que, entremetida en todo, dice en las exequias lo que fuera más conveniente para las bodas, y en las bodas, lo que fuera más a propósito para las exequias. Este modo de enviudar, poltrón y pacífico, se ha imitado, bastantemente en nuestros tiempos en España; pero la verdad es que la invención es antigua, y su inventor este venerable zorro cuya historia escribo, para que con esta advertencia se entienda que ya todos los poderosos enviudan a lo zorro, y que aquellas demostraciones funerales son zorrerías artificiosas y no sentimientos verdaderos, y por esto permitimos que a los viudos de esta edad se les pueda decir «zorra aquí» como a los borrachos.
Volvamos al infante zorrillo; éste, después de haberse criado a los pechos de una zorra ama de alquiler, salió el más travieso de ingenio de todos los de su casta, gran artífice de los embustes, tan fullero en las mentiras, tan simulado en sus intentos, que los zorrazos antiguos le llamaban gloria de su nación y temían que no había de lograrse la prevención de sabiduría tan zorrera; ya le señalaban lugar entre los magistrados, y querían que aun tan pequeñuelo se llamase padre de aquella república socarrona y astuta, porque, a lo que he sabido de sus historias, entre los zorros no hay rey soberano, y se gobiernan por ciertas cabezas ancianas, que son fuente de todo el veneno político que corre insolente y desatado con injuria de las monarquías justas de otros animales a quien intentan igualarse con industrias y cautelas todo aquello que se reconocen inferiores en virtudes y fuerzas.