A José Antonio Utrilla nunca le agradó vivir aislado, aunque así permaneció durante amplios periodos de su existencia. Su soledad fue especialmente dura cuando lo llevaron a la ciudad para completar allí la mili, aunque en el cuartel había soldados de otros pueblos y tuvo la posibilidad de moverse por la ciudad y buscar dónde trabajar tras concluir con su servicio a la patria. Su estado de soledad llegó al punto más alto cuando dejó de ser soldado y se quedó en la capital de provincia solo, pues, aunque en el trabajo tenía compañeros, apenas se relacionaba con ellos.