La palma del cacique

La palma del cacique

La palma del cacique

  • Autor:
    Alejandro Tapia y Rovira
  • ISBN:9788497702737
  • Colección:Biografías y memorias
  • Categoría:Biografías, literatura y estudios literarios; Historia y arqueología; Biografías y prosa de no ficción; Historia
  • Temática:Historias reales: general, Historia Antigua
  • Páginas:29
  • Idioma:Español / Castellano
  • Editorial:Vision Libros
  • Código de Producto:555
  • Disponibilidad: Disponible
  • Formato de este producto: PDF
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- I -
Era el año de 1511, y gobernaba la isla de Puerto Rico D. Juan Ponce de León, por otro nombre el Capitán del Higüey, que tan luego como obtuvo del monarca su reposición, envió a España, acusándoles de excesos, a su antecesor Juan Ceron y al alguacil mayor Miguel Díaz.

Habían formado los nuevos pobladores, junto a Quebrada Margarita en la comarca del hoy llamado Pueblo Viejo, la villa de Caparra, cuyos restos se ven en la actualidad entre las malezas, y que debieran conservarse con exquisito esmero, por ser la primera piedra, que en aquel lejano país, asentó nuestra raza. Una iglesia de mampostería de ignorada arquitectura, alguna que otra casucha de barro y cañas, semejantes a las que en el día se ven en la conocida aldea de Cangrejos , y otras varias, basadas sobre gruesos troncos, con piso y paredes de palma y techo de yaguas, iguales en todo a muchas de las que hoy existen en los campos de aquel país, componían el caserío de la villa. Había además una plaza en medio, y sus calles un si no es rectas, estaban entapizadas de lozana yerba. En la plaza, veíase la morada del gobernador Ponce, la más ventajosa en capacidad por ser la casa del rey y consistorial al propio tiempo, ostentando en días festivos el estandarte castellano. En igual estilo, si bien con menos proporciones habíase fundado, no lejos del pueblo de la Aguada y hacia el Nordeste de la isla, la villa de Sotomayor, en cuyas inmediaciones, ocurrieron algunos de los sucesos que van a referirse.

El gobernador Ponce, continuando el sistema establecido en la isla Española, había procedido al repartimento de los indios de Borinquen en encomiendas. Consistían estas, en poner cierto número de indios al cuidado de cada uno de los conquistadores y pobladores según sus hechos e influencia, reservando algunos al rey, pero este sistema sobre ser muy perjudicial a los naturales, arruinó con el tiempo la población y cultivo de los campos, por lo que el monarca, en más de una ocasión, trató de modificar y aun de abolir, este sistema de repartimientos, tan debatido, y que a causa de los opuestos intereses y pasiones inconciliables, ha sido la cuestión de más importancia, durante la primera época de la historia moderna de aquel país. Esta institución como su nombre lo indica, imponía tanto al encomendero como al encomendado, deberes mutuos que jamás se cumplieron por parte de aquel, que estaba obligado a alimentar a sus indios, cuidando de su salud y de su educación civil y religiosa; al paso que el último debía ayudar a su señor en las tareas y labores de sus cultivos y granjerías; pero el poblador exigía demasiado de las fuerzas del indio, olvidando su doctrina y su alimento, y éste exasperado o temeroso, se alzaba contra el encomendero, o le abandonaba refugiándose en la aspereza de las montañas; sin que las repetidas instrucciones del monarca, ni las evangélicas amonestaciones de los religiosos, bastasen a contener tamaño mal, traspasando por una y otra parte, los límites que la institución de encomiendas prefijaba, con daño notorio de la nueva colonia.

Andaban con tal sistema muy descontentos los indios, y los alarmantes síntomas que cundían por todas partes, anunciaban una lucha, en que si bien los conquistadores lograron la victoria, no dejó de sufrir gran menoscabo, la prosperidad inmediata, que la natural fertilidad y riqueza del país les ofrecía.

Tales eran las circunstancias le la isla de Borinquen al comenzar los sucesos que van a contarse en esta leyenda.


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