Prólogo Los extractos de la obra escrita de Leonardo de Vinci que componen este volumen han sido preferentemente elegidos entre los publicados, por Edmundo Solmi en su compilación titulada Leonardo da Vinci, Frammenti letterari o filosofici (Firenze, G. Barbera editore, 1900) y los coleccionados por Luca Beltrami (vol. XXII de la serie de Gli Immortali, Istituto Editoriale Italiano, s. f.).
Hemos utilizado, además, la publicación de J. P. Richter en dos espléndidos volúmenes, profusamente ilustrados y provistos de abundantes comentarios históricos, biográficos, gramaticales: The Literary Works L. da V. Compiled by Jean Paul Richter, second edition, revised by J. P. Richter, and Irma A. Richter, Oxford University Press, 1939. Esta notable colección contiene los textos originales y su traducción inglesa (no siempre rigurosamente fiel).
Hemos consultado frecuentemente, y siempre con provecho, la concienzuda y erudita traducción alemana de María Herzfeld: Leonardo da Vinci, der Denker, Forscher und Poet, verlegt bei Eugen Diederichs, Iena, 1926.
En fin, la traducción francesa de Péladan (Ed. du Mercure de France, 1907) nos ha servido guía para la clasificación y distribución metódica de la materia. Ése es el único mérito de la pretendida traducción de Péladan, emprendida sin el más vago conocimiento no ya de la lengua de Vinci, pero ni siquiera de la lengua italiana en general. He aquí algunas perlas, tomadas al azar, en esta pretendida traducción, ejemplo único de audacia y de ignorancia:
Petroso, parent; brutezza, brutalité; resta, résiste; inverso a, a la l'inverse de; insensibile, animé; poscia che, malgré que; nomi, hommes; riverte, révéle; li semplici naturali, les sciences naturelles; debita, débile; capello, chapeau; il calar, la chaleur; tortora, torture; apre la strada, elle est apre la voie; pentimenti, pétillements; li pota, le boit; fermare, fermer; civetta, civette, y mil otros desatinos semejantes.
Leonardo no es, ciertamente, lo que suele llamarse un autor fácil. En todo caso, hay que reconocer que no es un autor fácil de traducir.
Sin contar las formas y giros dialectales que dan sabor a su prosa, pero oscurecen a veces el sentido, su olímpico desprecio por la gramática y la retórica le hace acumular en una sola página de solecismos y bruscos cambios de tema que no podrían trasladarse a otra lengua sin afectación intolerable. Hay que resignarse, pues, a parafrasear, eludiendo en lo posible los dos escollos que amenazan a toda traducción: fea casi siempre, si pretende ser fiel; e infiel, si quiere ser bella.
Finalmente, la originalidad de muchas de sus geniales ideas altera -hay que confesarlo- con la copia casi literal de pensamientos ajenos y con pensamientos propios de escasísimo valor.
Hemos preferido, sin embargo, incluir también, siguiendo el ejemplo de todos los compiladores y traductores de la obra de Leonardo, estos lamentables ejemplos de mal gusto, a fin de dar en sus varios aspectos una imagen imparcial y completa de la producción del más desigual, quizá, de todos los grandes escritores conocidos.