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Cuarenta años de dólmenes dan para muchas anécdotas.
Hubiéramos decidido inventarlas, en el caso de que no se produjeran, pues nadie podría creerse que, con tanto viaje y tanta piedra que ver, no pasaran cosas.
Pero no hizo falta.
Ha habido anécdotas como para llenar un libro gordo como éste. Incluso algunas son de ésas que las cuentas y te dicen: "Sí, hombre, ¿cómo va a haber ocurrido eso? Te lo estás inventando".
Pero no. Ocurrió tal cual. No nos hemos inventado nada.
Juan José Isac (Yellowstone, 1955) es un apasionado de los dólmenes desde que ya de pequeño se encandilara sobremanera con los dibujos de Los Picapiedra, lo que le ha llevado durante cuarenta años a recorrer medio mundo en pos de sus preciados megalitos, creyendo que estaba haciendo algo útil y admirable hasta que alguien en un dolmen de Pontevedra le dijo que eso de los dólmenes era una solemne majadería y que más valía que hiciera algo provechoso, lo que le llenó de perplejidad y le sumió en un estado de profunda postración que le tuvo varios días en cama con las persianas bajadas y sin querer salir a jugar. Repuesto finalmente, porque a este hombre a cabezota no le gana nadie, volvió a las andadas con lo de las piedras por esos caminos de Dios, acompañado casi siempre de su inseparable Pilar, su yang de la moderación y la prudencia capaz de ponerle en el mismo día cuarenta motivos distintos por los que "dejar por hoy ya de buscar los putos dólmenes". Fruto de esa incansable obcecación fuera de toda medida es este recopilatorio de deliciosas anécdotas, la mayor de las cuales la constituye sin duda la del dolmen de Carapito, donde al ir a hacer la foto se dio un aparatoso traspiés que le hizo caer de bruces y le desgarró el pantalón a la altura de la pantorrilla. Pero no fue nada serio y pudo hacer la foto.