Como inmigrante que soy he conocido el racismo y la indeferencia hacia mi persona y hacia todo aquél que osa franquear una frontera de forma clandestina. A todas estas personas, que por suerte son una minoría, hago estas preguntas:
¿Si usted fuera un pescador africano y una multinacional española dejara su mar vacío de peces, o si durante una guerra civil perdiera a un miembro de su familia de un tiro disparado por un arma fabricada en España, o que el gobierno de su país estuviera comandado por un corrupto dictador que viola impunemente los derechos fundamentales respaldado por empresas extranjeras, sinceramente qué haría?
¿Se resignaría a los acontecimientos y esperaría la muerte pacientemente o emigraría en busca de una nueva vida?
¿Quién de ustedes no haría lo mismo de nacer donde ellos han nacido, de vivir donde ellos han vivido y de asistir impotente a la muerte de uno de sus seres queridos como ellos están asistiendo?
Son concientes que de cada diez que iniciarán la arriesgada aventura, cuatro morirán, algunos durante la larga travesía por el desierto, otros después de sufrir cortes, magulladuras, golpes y apaleamientos en las dos alambradas de espino que sirven de frontera entre la opulencia del consumismo europeo y la desesperación, la miseria, el hambre y la injusticia. Pero, ¿qué importancia tiene morir un poco más o morir del todo?