Los tres primos hermanos vivieron experiencias intensas y peculiares durante los dos meses, de las vacaciones escolares de verano, que pasaban en Castillejos. Fueron gratas durante varios años para terminar por llevarlos hasta el desengaño. Ninguno de los tres pensó, entonces, cuando eran niños y vivían en la capital de la provincia, en los motivos concretos por los que sentían aquellos deseos, tan irresistibles, de volver a Castillejos que era un pueblo pequeño y muy caluroso. No se molestaron, tampoco, cuando llegaron a la juventud, en buscar las razones por las querían, durante la infancia, ir al pueblo. Los tres imaginaban que allí, a pesar de tener poca libertad de acción, al estar juntos andaban más a su aire. Se encontraban, en cualquier caso, en un ambiente diferente por completo al que los rodeaba en la ciudad con mayores posibilidades de juego y de comunicación. Lo más importante, sin embargo, aunque ellos no llegaron a concretarlo así, era que tenían la posibilidad de estar con frecuencia cerca de niñas de su misma edad y de tratar con ellas. Ese fue el encanto principal que les ofrecía aquel lugar.