Un accidente doméstico y una tragedia familiar dan lugar a dos relatos sencillos y cercanos donde el humor y la desgracia encuentran un lugar común.
"...Y de repente oigo una música que suena en el chalet de enfrente, el de Navil. Son sus hijos que están tocando el Réquiem de Mozart. Siento un gran consuelo, porque dicen que la música amansa a las fieras y yo ahora me siento como una de ellas, atrapada sin salida... Lo malo es que me viene a la mente cuándo y por qué la compuso... y ni que estuviese yo de cuerpo y mente presente en mi propio velatorio..."