Cara es la memoria sin armisticio. Quiénes somos adueñándonos de espejismos, dimensiones descarnadas, habitantes abatidos cubriéndonos de cal a cada muerte. Qué sombras mutables están clavadas en cada cuerpo, en cada figura efímera de mareas confusas desmenuzando grises y voces cansadas. Vendemos cara esta verdad de aves de rapiña y peces muertos, más allá de vientres de cizaña condenados al dolor y la carcoma. Liturgia del tiempo soportando las cenizas. Mastines del insomnio nos advierten del sopor cenagoso, confines aún calientes que atenazan con plomo y persiguen la piel fresca. Entonces acude el deshielo ácido, el que entra por las costuras como una estampida, taladra los carbones de coágulos azules y se hunde estrellándose en el polvo. Se muere muchas veces cada día. No nos engañemos, nunca hubo rosas en los cenagales.