Antonio Perea se levantó temprano aquella mañana, como hacía todos los días, pero en contra de lo habitual estaba decaído. La noche fue larga para él porque durmió mal, sufrió sobresaltos y soportó pesadillas repetitivas sobre la muerte. Tenía la impresión de que soñó con su propia muerte. Los acontecimientos que tuvieron lugar en el pueblo en los últimos días, y que lo agobiaban, pasaron por su mente mientras se vestía. Reforzó la decisión que tomó de marginarse y de no atender al Lagartija, aunque éste ya lo esperaba en la cocina. Lo trataría mal y ni siquiera le preguntaría por la salud, no se comprometería con aquel asunto. Sabía muy bien que ya no estaba en condiciones de participar en enfrentamientos duros con aquellos vecinos a los que tenía por sus enemigos.