El objeto propio del amor humano es lo que siempre somos como personas y no los rasgos de nuestra personalidad física, psicológica y cultural, que son fluctuantes y muy efímeros. Sólo sobre esta base tienen sentido y valor las diversas formas de amar. En caso contrario, el amor, que debería ser la sal y el azúcar de nuestras vidas, se corrompe fácilmente y se convierte en fuente de sufrimiento y desencanto vital. La vida humana sin la experiencia del amor verdadero, que es el amor personal, termina resultando tan desagradable como el menú de los hospitales sin sal ni vino. En el acertar o errar en materia de amor nos jugamos a una sola carta el deseo natural de ser felices en este mundo y mucho más.