Muchas son las anécdotas, gestos humanitarios y obras de caridad que en el permanente cuidado de los pobres, los enfermos y los más necesitados se han difundido y se atribuyen a la Madre Teresa de Calcuta. Una de las que escuché y más me impresionó es la que a continuación relato.
Frecuentaba la Madre Teresa acudir a los hospitales de Calcuta a visitar a los enfermos a los que consolaba, daba ánimos e intentaba ayudar en la medida de sus posibilidades. Un día se acercó a una cama donde yacía una mujer a quien la desnutrición, consecuencia de una extrema inanición y otras complicaciones habían puesto a las puertas de la muerte. Por los rasgos de su cara, debía ser, todavía, una mujer joven, pero la exagerada delgadez que presentaba, una casi total ausencia de cabellos, pómulos y mentón salientes y las cuencas de los ojos totalmente hundidas, donde solo sobresalían unos apagados ojos negros, más se asemejaba a una calavera que al rostro que debía corresponder a su edad. Aparecía tendida en un cama totalmente inerte y exánime, tan solo arropada con una fina sábana hasta la altura de los hombros. Teresa se acercó a ella y retiró la sábana. El cuerpo de la mujer, acorde con su cara, era de una delgadez absoluta, extrema y su figura más parecía un esqueleto que un cuerpo humano. En la poca carne que, pegada a los huesos, aún le quedaba, había signos ostensibles de heridas, llagas y supuraciones. Teresa con unos trozos de algodón untados con aceite se afana delicadamente en limpiar e intentar desinfectar aquellas heridas que, sin lugar a dudas, debían causarla tremendos dolores. La mujer, sintiéndose levemente aliviada, entreabre los ojos y mira a Teresa.
- Tengo sed.? musita con apenas un hilo de voz.
La Madre Teresa, empapa en agua una esponja y la acerca a los secos y cuarteados labios de la mujer, mientras dirigiéndole palabras de consuelo y esperanza, mesa suavemente el poco pelo que aún le queda.
La mujer vuelve de nuevo su mirada hacia Teresa y haciendo un esfuerzo sobrehumano intenta hablar y pregunta con una débil voz, apenas perceptible :
- ¿Porqué...., haces esto por mí?
Teresa acerca sus labios al oído de la moribunda mujer y dulcemente contesta :
- Porque yo te amo.
Silencio infinito solo roto por un apagado sollozo y dos lágrimas que, desbordadas, afloran de los cenicientos ojos de la mujer y ruedan por su cara. De nuevo, haciendo un esfuerzo sobrenatural, la mujer dice :
- Repítelo de nuevo..., por favor.
- Yo te amo, te amo... ? repite Teresa varias veces al oído de la mujer.
Y aquellas tres palabras repetidas suenan en la cabeza de la mujer como una música celestial; como una sinfonía infinita de eternidad; y una pequeña mueca de alegría parece aflorar en el rostro y en el gesto de su boca, apenas unos segundos antes de exhalar el último suspiro.