Desde que el Homo sapiens habita nuestro sufrido planeta, se ha ido imponiendo, no sin dificultades, al resto de las especies con las que comparte el mundo conocido, fundamentalmente, por su capacidad de razonar. Sabemos que este dominio lo ha ido consiguiendo de una forma muy paulatina, porque esto de la razón, por lo que podemos comprobar cada día, es muy complicado, lleva su tiempo, e hizo falta que transcurrieran muchos miles de años, para que el distanciamiento intelectual con nuestros vecinos, los animales que llamamos, en ocasiones no sin cierta envidia, irracionales, sea verdaderamente apreciable. Es más, cuando tienes un día de estos, en el que no encuentras muchos motivos para alegrarte la mañana; cuando ves que a tu alrededor, no hay más que violencia, corrupción, miseria, y muerte; cuando sientes esa inquietud, ese come-come típico de la amargura, y/o de la tristeza, sospechas de que, tal vez, hemos llegado a una época en la que no sólo no avanzamos en la dirección correcta, para seguir alcanzando mayores cotas de racionalidad, y con ello, mejores niveles de entendimiento, y civilización; sino que al observar cómo se va deteriorando la convivencia entre los ciudadanos, y cómo se suceden los tristes, y aberrantes acontecimientos protagonizados por integrantes de nuestra misma especie, empezamos a pensar de que apenas nos quede algo de esa cualidad que la naturaleza había otorgado a los seres humanos en exclusiva: La razón. La hemos perdido, llegando incluso a dudar, de la conveniencia de que la hayamos tenido alguna vez, ya que al utilizarla con fines destructivos, hace que se produzcan unas consecuencias dramáticas para la humanidad. De la misma forma que llegamos a la conclusión, de que sería mejor que no tuviéramos dinero, si lo que vamos a hacer con él, es comprar veneno para inyectárnoslo en las venas.