Encargado como Moisés de ser pastor de Israel , hereda David las promesas hechas a los patriarcas, con mención sobresaliente para la de poseer la Tierra Prometida, cuya conquista definitiva es coronada con la de Jerusalén que será conocida y reconocida como La Ciudad de David , en torno a la cual se fragua la unidad de las tribus. Entre los muros de Jerusalén, David y la Casa de Israel formarán desde entonces un solo pueblo en torno a su Dios. Por desgracia son muchos los que olvidan esta promesa y su consecuente inserción y desarrollo en la historia. En el mismo contexto de contradicciones tan arcanas es urgente descubrir y asumir que la religión de David se fundamenta en la espera de la hora de Dios, actuando en conformidad con el modelo bíblico de los pobres que se abandonan en sus manos, con la certidumbre y confianza sublimes que da esperarlo todo de Él.