La magnífica Iglesia Colegiata de Santa María estaba radiante. Pronto le llegarían los días de celebraciones y fiestas. Se había terminado de instalar en la parte trasera del coro, el magnífico órgano donado por el tan generoso como opulento tesorero de esta Iglesia, don Enrique de Quesada, y se estaba trabajando afanosamente en los tres altares de la capilla de la Encarnación.
Habían pasado varios meses para que esta idea de la instalación de un órgano en la iglesia de la Encarnación, la iglesia Mayor de la Abadía bastetana llegara a realizarse.
Los órganos de las iglesias granadinas impresionaron a don Enrique; su ampulosidad y sonidos llenaban de música sacra las enormes naves de las iglesias elevando sonidos antes no escuchados hacia el cielo.