LA ENCINA DEL ABUELO
No lejos de las márgenes del Duero
sobre un bello paraje de Pesquera
se alza majestuosa y altanera
la exuberante encina de mi abuelo.
Sus profundas raíces
extienden por el suelo sus anclajes
y sostienen tenaces
el enorme volumen de su vuelo.
Sus tres robustos brazos
elevan hacia el cielo su ramaje
y en su tupido velo
elaboran sus nidos las rapaces.
Muy cerquita de allí, entre el follaje
que circunda los bordes de la encina,
una pareja de negras golondrinas
sin detener el vuelo
atrapan los insectos que en el nido
esperan impacientes los polluelos.
¡Oh! venerable encina de mi abuelo,
orgullo de esta tierra castellana,
no hay otra más frondosa y más lozana
que esta admirable encina de mi abuelo.
Tú me infundes consuelo, vieja encina,
y animas a seguir con entereza
el tiempo que la naturaleza
me conceda seguir en esta vida.
¡Oh! milenaria encina pesquerana,
¡Qué entrañables recuerdos traéis a mi existencia!
¡Cuánto admiro tu noble corpulencia
y el magnifico influjo de tus ramas!
Siempre te conservaste fuerte y sana
como árbol por el cielo protegido
rebosante de vida y bien fornido.
Tu no serás cual "olmo de Machado"
por el rayo quebrado y en su mitad podrido,
tú estas eternamente verdecido
sin que te dañe el viento del invierno helado.
¡Cuantas veces pasé junto a tu lado
cuando yo era muy joven todavía
ejerciendo el trabajo cotidiano
que las duras faenas imponían!
¡Qué agradable y que noble compañía
me resultaba siempre tu presencia!
¡Como recuerdo aquella adolescencia
y aquellas vanidosas fantasías!
¿Dónde se habrán marchado aquellas alegrías
y aquellas desbordantes ilusiones?
Ya todo se ha esfumado, todo se ha derrumbado,
en cambio tú verás pasar a otras generaciones
que como yo admirarán tu estado.
Yo tal vez nunca volveré a tu vera
a recordar contigo mi pasado,
ya me siento mayor y estoy cansado
ya he cumplido bastantes primaveras.
Mas ten seguridad que hasta que muera
seguiré recordando aquel pasado
¡Compañera del alma! ¡Compañera!
Ismael Rueda