La autora de estas páginas, Concha Pelayo, nos lleva, a través de un viaje en el tiempo, por diferentes situaciones que ha vivido en un periodo de su vida cuando el pasado va pesando y en el futuro apenas se piensa.

Todo es observado con minuciosidad, pero con distancia. Las sensaciones y las experiencias se mezclan en un vaivén de idas y venidas. Se suceden los viajes a Madrid en tren; se regodea en los paseos por la gran ciudad, en las visitas a museos, en las gentes con las que se topa. Puede reparar en una colección de libros de una edición alemana, arrojados junto a un contenedor, o en unos gatitos en los andenes de la estación. Compara su ciudad, Zamora, con la gran urbe y evalúa cuál de las dos le produce más estrés.

Nos hablará del primer beso y de pronto nos sorprenderán los enormes culos de las griegas o de las cenizas de Amable, guardadas en una caja fuerte. Todo va pasando y dejando un poso más o menos lúdico en el lector.

Tal vez, la casa, la casa familiar, sea lo que más desgarro produce en la autora, cuando relata, casi cinematográficamente, el tiempo que pasó en ella; en el hermoso jardín, ese espacio, siempre verde, donde transcurrían los días estivales en familia, donde fluían las conversaciones, los secretos a media voz, las comidas, las risas, las riñas... Todo ello hace que aflora la nostalgia y los recuerdos dolorosos ante la evidencia de lo que fue y ya no es. La casa se quemó y con ella desapareció el nexo familiar, el útero al que todos se aferraban.

El lector no encontrará un orden en el relato de estas historias que fluyen como fluye la propia vida. Encontrará una lectura fácil, emotiva y llena de nostalgia, donde el humor, el amor y el dolor, se abrazan.