La realidad, en más ocasiones de las que podemos resistir, nos ofrece imágenes que nos hielan el corazón. Y esta visión nos produce frustración, desasosiego, desesperación. En vano consideramos que la vida debe ser un camino de triunfos, alegrías y conquistas. Diríase que debiéramos ser criaturas predestinadas al éxito. Nada y nadie puede interponerse. Pero cuando algo se tuerce, buscamos, desesperados y acusadores, entes imaginarios a quienes culpar de nuestros fracasos. El ser humano no puede ser ajeno a esos momentos de oscuridad, de decepción y sufrimiento. Pero tampoco debemos hundirnos en el pesimismo filosófico o antropológico. Entre las piedras que nos hacen caer, que nos golpean y laceran, debemos buscar flores de esperanza.