El presente libro se ocupa, en la línea muy actual del enoturismo, de la Côte d Or (la Pendiente de Oro), el corazón de la Borgoña vinícola. La Côte d Or proyecta una especie de arco iris sobre la serie de nombres de los departamentos administrativos franceses, dedicados a menudo a montes y ríos. Siguiendo esta práctica, debería llamarse Haute-Seine o Seine-et-Saône. Los constituyentes de 1790 estaban llegando al final de su trabajo. Parecían ya cansados de tanta geografía. Entonces, un oscuro diputado de Dijon, un cierto André-Rémy Arnoult, pide la palabra y sugiere la expresión: ¡Côte d Or! Acababa de inventar, sin saberlo, la publicidad turística. Ningún otro departamento francés lleva en su rótulo un nombre de sueño o de ficción. Arnoult, tal vez recordando la visión en otoño del viñedo de la Côte, tuvo un instante poético. La Côte d Or es una de las más felices invenciones de la Revolución. Más tarde, los lugareños que habitan los pueblos de la zona trazaron con acierto la ruta de los Grands Crus , la vía sagrada del vino, los Campos Elíseos de la Borgoña. La Borgoña es sin duda la región francesa donde de manera más clara y rotunda se puede hablar de cultura en sentido pleno y total. Es difícil encontrar en otros sitios tanta densidad de acontecimientos histórico-políticos, de tesoros artísticos y religiosos, de excelentes recursos naturales de tipo gastronómico, y al mismo tiempo unos vinos míticos, tanto blancos como tintos, que se ubican con sólidas razones entre los mejores del mundo. Un viaje por la Côte d Or es siempre un suceso gratificante y enriquecedor.