En torno al mexicano Andrés Molina Lucientes, que se instala en España como empleado de Petróleos Mexicanos, el autor va desgranando las peripecias de ambas ramas de la familia paterna que viene a buscar en España.
Solo conoce que su abuela era hija de un industrial español del azúcar instalado en Cuba en torno a 1870, y que su abuelo fue extrañado en Cuba poco antes de la guerra de independencia de la isla, para cumplir condena por sus actividades anarquistas y libertarias en el suelo patrio.
Sabe que la ascendencia de su abuela se encuentra en Cantabria y la de su abuelo en Soria, y hacia estos lugares encamina sus pasos con el ánimo decidido a conocer la peripecia de ambas familias durante el siglo XX.
Sus pasos en Cantabria terminan delante de una mansión que había pasado de mano en varias ocasiones desde que su bisabuelo "indiano", vizconde de Valderrábano, regresara de Cuba en 1895.
Y en la vieja Castilla se encontrará con gentes austeras en el semblante, en el vivir y en el pasar, con el honor y la tierra como religión: los "monteros".
Los unos porque cayeron del lado "nacional" cuando la guerra; los otros del "republicano". Los unos porque tuvieron que redimir penas por razón de la contienda, los otros porque penaron a causa de ella, al final se reencuentran durante la Transición española a la democracia, para dar a luz una nueva saga de vizcondes y monteros, que afronta el futuro con energías renovadas, superando el viejo estigma de la confrontación ideológica que tantas vidas destruyó en el por siempre "malnacido" siglo XX.
Una nueva generación que ya no está en la disputa política, que tiene superada la vieja lucha de clases, que recuerda el pasado con todo el respeto debido a sus ancestros, y que tampoco entiende la necesidad de restaurar el honor y la dignidad de los vencidos en la guerra civil, a no ser para que encuentren una sepultura digna.
Porque no existe muerte más digna y honorable que caer combatiendo en una guerra defendiendo unos ideales.
Como bien dijo un "montero": ¿No se hizo una guerra y se perdió, coño? Pues a callar y a vivir con la cabeza muy alta, porque se perdió defendiendo unos ideales nobles. Lo que toca ahora es construir un país más digno y respetado en el mundo entero, y no tornar al pasado.