La transición española hacia la democracia tras la muerte del general Franco ha sido, a lo largo de las tres décadas transcurridas desde entonces, ejemplo para el mundo y modelo en el que se han inspirado, o han dicho inspirarse, otros varios países que han salido en este período de dictaduras de los más diversos signos. A tanta ejemplaridad ha correspondido la publicación de una infinidad de libros, generalmente firmados por los protagonistas de aquellos tiempos, en los que se derrocha visión de futuro y capacidad de planificación de los acontecimientos. Y es cierto que hay mucho que agradecer a quienes desde unas u otras trincheras derrocharon flexibilidad y generosidad para abordar el futuro. No obstante, en tanta literatura sobre este tema, se echa de menos a alguien: al pueblo español, que apenas aparece, cuando aparece, en estos textos como comparsa de unos episodios a los que asiste como testigo. Y sin embargo, la gente estaba ahí: en las manifestaciones, en las asambleas, o en sus casas; en el día a día de sus trabajos, leyendo la prensa del momento, adivinando lo que pasaba entre bastidores y, en general, pasando algo de miedo o, en ocasiones, mucho miedo. Es de esa gente de la que se quiere hablar aquí; de los que se movilizaron y de los que no; de cómo se veían las cosas; del precio que se pagó en vidas, algo que siempre se elude y que, guste o no guste a muchos, fue muy superior a lo razonable. Porque aquellos fueron meses muy duros y, en más de una ocasión, el desastre pareció inevitable. Nadie va a discutir la clarividencia de los líderes de uno u otro color en aquellos días. Pero déjennos recordar, aunque sólo sea para ilustrar a los jóvenes que nacieron después, cómo se vivió la transición DESDE LA CALLE.