ACTO I
ESCENA I
DON ANTONIO, PIPÍ
DON ANTONIO sentado junto a una mesa; PIPÍ paseándose.
DON ANTONIO.- Parece que se hunde el techo. Pipí.
PIPÍ.- Señor...
DON ANTONIO.- ¿Qué gente hay arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?
PIPÍ.- No, señor; poetas.
DON ANTONIO.- ¿Cómo poetas?
PIPÍ.- Sí, señor; ¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y han tenido una gran comida: Burdeos, pajarete, marrasquino, ¡uh!
DON ANTONIO.- ¿Y con qué motivo se hace esa francachela?
PIPÍ.- Yo no sé; pero supongo que será en celebridad de la comedia nueva que se representa esta tarde, escrita por uno de ellos.
DON ANTONIO.- ¿Conque han hecho una comedia? ¡Haya picarillos!
PIPÍ.- ¿Pues qué, no lo sabía usted?
DON ANTONIO.- No, por cierto.
PIPÍ.- Pues ahí está el anuncio en el diario.
DON ANTONIO.- En efecto, aquí está (Leyendo el diario, que está sobre la mesa.): COMEDIA NUEVA INTITULADA EL GRAN CERCO DE VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen una comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí, cuánto más vale ser mozo de café que poeta ridículo!
PIPÍ.- Pues mire usted, la verdad, yo me alegrara de saber hacer, así, alguna cosa...
DON ANTONIO.- ¿Cómo?
PIPÍ.- Así, de versos... ¡Me gustan tanto los versos!
DON ANTONIO.- ¡Oh!, los buenos versos son muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos; tan pocos, tan pocos.
PIPÍ.- No, pues los de arriba bien se conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado por aquella boca! Hasta las mujeres.
DON ANTONIO.- ¡Oiga! ¿También las señoras decían coplillas?
PIPÍ.- ¡Vaya! Allí hay una doña Agustina, que es mujer del autor de la comedia... ¡Qué! Si usted viera... Unas décimas componía de repente... No es así la otra, que en toda la mesa no ha hecho más que retozar con aquel don Hermógenes, y tirarle miguitas de pan al peluquín.
DON ANTONIO.- ¿Don Hermógenes está arriba? ¡Gran pedantón!
PIPÍ.- Pues con ése se ha estado jugando; y cuando la decían: «Mariquita, una copla, vaya una copla», se hacía la vergonzosa; y por más que la estuvieron azuzando a ver si rompía, nada. Empezó una décima, y no la pudo acabar, porque decía que no encontraba el consonante; pero doña Agustina, su cuñada... ¡Oh!, aquélla sí. Mire usted lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.
DON ANTONIO.- Seguramente. ¿Y quién es ése que cantaba poco ha y daba aquellos gritos tan descompasados?
PIPÍ.- ¡Oh! Ese es don Serapio.
DON ANTONIO.- Pero ¿qué es? ¿Qué ocupación tiene?
PIPÍ.- Él es... Mire usted. A él le llaman don Serapio.
DON ANTONIO.- ¡Ah, sí! Ése es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a saber quién dio cuchillada; y desde que se levanta hasta que se acuesta no cesa de hablar de la temporada de verano, la chupa del sobresaliente y las partes de por medio.
PIPÍ.- Ese mismo. ¡Oh! Ése es de los apasionados finos. Aquí se viene por las mañanas a desayunar; y arma unas disputas con los peluqueros, que es un gusto oírle. Luego se va allá abajo, al barrio de Jesús; se juntan cuatro amigos, hablan de comedias, altercan, ríen, fuman en los portales. Don Serapio los introduce aquí y acullá hasta que da la una, se despiden, y él se va a comer con el apuntador.
DON ANTONIO.- ¿Y ese don Serapio es amigo del autor de la comedia?
PIPÍ.- ¡Toma! Son uña y carne. Y él ha compuesto el casamiento de doña Mariquita, la hermana del poeta, con don Hermógenes.