Al escribir una breve reseña histórica del reino de las Dos Sicilias, deberíamos ceñir nuestro trabajo al período de tiempo transcurrido desde que, emancipados los antiguos reinos de Nápoles y de Sicilia de toda dependencia y dominación extranjera, formaron un solo y estable cuerpo de nación, un Estado independiente, una monarquía compacta, que, existiendo con vida propia, empezó a figurar y a tener importancia entre las potencias europeas. Pero como los acontecimientos humanos son una cadena no interrumpida, cuyos eslabones, enlazados con el curso de los tiempos, forman un todo en que hay grande armonía, por ser unos y después otros siempre el resultado de los que los preceden; y habiendo, sin duda, preparado la emancipación del reino de las Dos Sicilias, bajo el cetro de un príncipe español, la larga dominación de España por más de dos siglos en aquellos países, daremos una rápida ojeada a su historia general, para entrar tal vez con más acierto en el trabajo que nos proponemos.
Grecia, aquella nación privilegiada a quien confió la Providencia la civilización del género humano, se extendió desde su infancia, grande y emprendedora, en colonias y establecimientos por el mediodía de Italia, ilustrando y civilizando aquel país predilecto de la Naturaleza, que tomó desde luego el nombre de Magna Grecia. Fundaron, pues, los griegos en el continente a Sibaris, Locros, Reggio, Posidonia y Cumas; y en la isla, a Messana, Catana, Siracusa, Agrigento, Panormo y otras, que produjeron guerreros ilustres y filósofos esclarecidos, y de las cuales muchas son hoy ciudades florecientes e importantísimas.
Pronto Roma, destinada a ser la señora del Universo, tomó posesión de las tierras situadas al sur de Italia, al mismo tiempo que Cartago, dueña de los mares, ocupó a Sicilia. Pero los romanos, extendiendo sus conquistas por los ásperos montes de Calabria, pasaron el estrecho y arrojaron de aquella isla a los cartagineses, haciendo de aquellos países sus más importantes provincias, que les produjeron soldados valerosísimos, capitanes y escritores de primera marca, inmensas riquezas y todo género de delicias, con su clima benigno y apacible y con su feracísimo terreno. En él levantaron los romanos grandes y poderosas ciudades, cuyas magníficas ruinas y la extensión de sus circos y anfiteatros manifiestan lo crecido y rico de sus poblaciones; como los restos de sus quintas, termas y jardines recuerdan que los patricios, y cónsules, y emperadores buscaban en aquellas privilegiadas tierras el descanso de sus fatigas, y la salud, y el reposo que les negaban la bulliciosa Roma y sus estériles campiñas.
Provincias romanas Nápoles y Sicilia, corrieron, como era natural, las varias vicisitudes de su dominadora; y dividido el poder de ésta en dos imperios, y debilitados ambos con el peso de la tiranía y con la depravación de costumbres, presentaron a los bárbaros ancho campo para sus devastadoras irrupciones.
Los érulos, capitaneados por Odoacro, dieron la primera arremetida al imperio de Occidente; y luego los godos se apoderaron de toda Italia, desde los Alpes hasta Reggio, y fueron señores absolutos de ella hasta que el emperador de Oriente, Justiniano, envió a Belisario y a Narcés con poderoso ejército a quitarles la presa. Consiguiéronlo después de una guerra encarnizada, que duró dieciocho años, ganando en las faldas del Vesubio una reñida batalla, en que murieron los príncipes godos Totila y Teia. La dominación bárbara no había alterado la organización de la parte meridional de Italia; pero al caer en el dominio del imperio de Oriente padeció un completo trastorno, dividiéndola en distintas provincias, cuyos supremos gobernadores tomaron el título de duques, dependientes del exarcado de Rávena, representante del emperador.
Sicilia, entre tanto, fue invadida por los vándalos, mandados por el feroz Genserico; pero las victorias de Belisario la libertaron de su durísima tiranía.
Narcés, potentísimo en Italia, como su restaurador, se indispuso con la corte de Constantinopla; y por venganza de sus ofensas, excitó a los longobardos, habitantes de Panomia, a invadir Italia. Verificáronlo luego, mandados por su rey Alboino, y se apoderaron de casi toda, dejando a los griegos algunas posesiones (568). Y fueron los establecedores del sistema feudal en aquellos países.
Antes que los longobardos se enseñorearan del territorio de Nápoles, la isla de Sicilia fue presa de los sarracenos después de vigorosísima defensa; y ganó mucho bajo su dominación aquella isla, desarrollando de un modo notable su agricultura, su navegación y su comercio.
Entrado el siglo VIII, ocupó el trono de Francia Carlomagno, y lo llamó en su ayuda el pontífice, que, en lucha con los iconoclastas, se veía muy apretado por los bárbaros, poseedores de casi toda Italia. Acudió a su amparo y defensa el famosísimo monarca francés, que logró pronto la completa destrucción de los longobardos, arrojándolos a los Alpes. En premio de lo cual, y en agradecimiento a las grandes donaciones que hizo a la Iglesia Carlomagno, le dio el Padre Santo la investidura de emperador de Occidente, desapareciendo con esto del todo la dependencia de Constantinopla, aún representada por el impotente y caduco exarcado de Rávena.
Repuestos los longobardos al pie de los Alpes, atormentaron pronto a Italia con sus continuas correrías, mientras que los griegos, hacían en sus costas continuos desembarcos y que el ducado de Benevento era teatro de encarnizadísima guerra. Desorden general de que, aprovechándose los sarracenos, señores de Sicilia, pasaron el estrecho y se hicieron dueños de algunas ciudades de Puglia y de Calabria, esparciendo el terror en aquellas costas.