Acto I
Escena primera
Aposento en casa del músico.
MILLER, se levanta de una silla, y deja a un lado el violoncello.
Su MUJER, de trapillo, se sienta a la mesa a tomar café.
MILLER.- (Paseando por la sala a largos pasos). Digo una vez por todas, que esto se pone serio. Empiezan a murmurar de mi hija y del barón, y con esto será infamada mi casa... llegará a oídos del Presidente lo que ocurre y... en fin, que le prohíbo la entrada al muchacho.
SU MUJER.- Pero como tú no le has traído acá, ni fuiste a ponerle delante a la niña!
MILLER.- Verdad que no, pero vamos a ver, ¿quién lo tendrá en cuenta? Yo mando en mi casa y me tocaba vigilar a mi hija y tratar al Mayor con más formalidad. Lo que debía hacer era contárselo todo a Su Excelencia, su señor padre. A buen seguro que el baroncillo hubiera librado con una buena fraterna, mientras ahora recaerá todo sobre las espaldas del músico.
SU MUJER.- (Sorbiéndose el café.) Ca; todo eso es puro pasatiempo y charla. ¿Qué puede ocurrir? ¿Qué cargos pueden hacerte, vamos a ver? Ejerces simplemente tu profesión, y tomas tus discípulos donde ocurre.
MILLER.- Pero dime... oye... ¿qué puede resultar de esas relaciones? Él no ha de casarse con la niña... ni siquiera se trata de eso... y lo que es tomarla por... ¡Dios nos libre de ello! Pues esto es lo que pasa ¿estás? Cuando uno ha corrido mundo, y ha hecho mil diabluras, comprendo que le sea grato ir a beber en una corriente pura y tranquila. Fíjate en ello, créeme; por mucho que abras los ojos y espíes el menor latido de su corazón, ha de seducirla en tus barbas, darle el gran chasco y tocar después las de Villadiego. Y ya me tienes a la niña deshonrada por toda la vida, abandonada, o amancebada con él, si tanto le place.
(Golpeándose la frente.) ¡Jesucristo!
SU MUJER.- Dios nos libre de ello.
MILLER.- Tratemos de librarnos de ello nosotros mismos. ¿Qué otra intención puede llevar ese caballerete? La muchacha es linda... esbelta... breve el pie... Cuanto a sus cualidades morales, eso poco importa. No es seguramente lo que se codicia de vosotras las mujeres, cuando Dios cuidó de regalaros un buen palmito antes que todo... Si llega a descubrir ese capítulo, ya le tienes tan campante como a mi Rodney cuando huele un francés. Con velas desplegadas se lanzara a... Y en esto no lo censuro; el hombre es hombre, ¡qué diablo!... algo se me alcanza de estas cosas.
SU MUJER.- ¡Si leyeras qué cucos billetitos escribe a la niña! ¡Buen Dios! Allí se ve claro como el día, que sólo cura de su alma.
MILLER.- ¡Pues!... este es el modo. Por la peana se adora al santo. Por un beso de una linda boca, se empieza hablando mucho del corazón. ¿Cómo lo hacía yo? En cuanto se logra poner de acuerdo las almas, siguen como obedientes servidores los sentidos, sin que al fin de cuentas, haya hecho de tercero más que un rayo de luna.