SU FISONOMÍA ESPIRITUAL Y APOSTÓLICA
1. ALGUNOS GESTOS ESPIRITUALES MÁS SIGNIFICATIVOS DE SU VIDA
La espiritualidad del Maestro Avila aparece con toda claridad en los principales gestos de su vida y en los contenidos de sus escritos. Son momentos fuertes de experiencia de Dios, de entrega a la voluntad divina y de servicio a los hermanos. Se nota una gran coherencia entre su vida y sus escritos.
Su infancia discurre en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, Campo de Calatrava), desde su nacimiento (fiesta de la Epifanía de 1499 ó de 1500), hasta el inicio de sus estudios en Salamanca (1513). Los biógrafos hacen resaltar su piedad eucarística y mariana, así como sus gestos de caridad para con los pobres y su espíritu de sacrificio. Los estudios jurídicos en Salamanca discurren entre 1513 y 1517. Pero dejó incompletos los estudios, tal vez por una iluminación especial sobre el sentido de la vida, y regresó de nuevo a su ciudad natal (1517-1520), aunque es posible que estuviera ausente un tiempo en una orden religiosa.1
Fue a estudiar Artes y Teología en la universidad de Alcalá (1520-1526), aconsejado por un religioso franciscano. Fue ordenado sacerdote en 1526 y quiso celebrar la primera Misa en Almodóvar, para venerar la memoria de sus padres ya difuntos. Repartió todos sus bienes entre los pobres, que había convidado para la fiesta. Se trasladó a Sevilla con la intención de poder embarcar hacia las Indias con Fr. Julián Garcés, que partiría como primer obispo de Tlaxcala (México).
En Sevilla inició sus primeros trabajos apostólicos (desde 1527 a 1533). Se destacaba por su vida de oración y su labor catequética y caritativa. Las fechas sevillanas incluyen también alguna correría apostólica en ciudades de alrededor (Écija) y los años en que fue procesado por la Inquisición (1531-1533).2
Sus primicias apostólicas las realizó conviviendo con un compañero suyo de estudios en Alcalá, el P. Fernando Contreras. Con éste y otros sacerdotes se dedicó, con estilo de vida evangélica, a la predicación popular por las calles de Sevilla, a la caridad para con los necesitados y encarcelados. Un sermón predicado en la iglesia del Salvador, ante el arzobispo de Sevilla (Don Alonso Manrique), fue la ocasión que impidió su viaje misionero hacia las Indias. Los biógrafos señalan que las extraordinarias cualidades espirituales del predicador provocaron la decisión del arzobispo.
Su modo de predicar (alrededor de Sevilla: Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija...) no agradaba a todos y fue acusado ante la Inquisición, donde estuvo procesado entre los años 1531-1533. Hubiera podido tachar a los testigos, que lo habían denunciado calumniosamente y tal vez por haber denunciado sus conductas desarregladas; pero el Maestro prefirió confiar en la Providencia. Aprovechó aquellos tiempos de reclusión para escribir el primer proyecto del "Audi Filia". Fue en la cárcel donde principalmente aprendió el misterio de Cristo, porque, como diría posteriormente, "la Escritura Sacra la da nuestro Señor a trueque de persecución" (carta 2).3
Después del proceso inquisitorial, puede considerarse clérigo de Córdoba, a donde llega en 1535, llamado por el obispo Fr. Juan Álvarez de Toledo. Con base en Córdoba, reuniendo a sus discípulos en el Alcázar viejo, fue realizando las predicaciones y misiones populares por el sur de España (Andalucía, Extremadura, parte de la Manca y Sierra Morena).
A Granada acudió en 1536 para predicar, llamado por el arzobispo Don Gaspar de Ávalos. Se le ofreció una canongía que no aceptó. Allí ayudó a Juan Cidad (San Juan de Dios) a cambiar de vida (1535). También encontró a San Francisco de Borja con ocasión de predicar durante los funerales de la emperatriz Isabel (1539). Sus mejores discípulos los consiguió también en Granada y por esas fechas: Bernardino de Carleval, rector del Colegio Real, y Diego Pérez de Valdivia. En Granada están fechadas las primeras cartas que conocemos (desde 1538).
Por donde pasaba para ejercer su labor apostólica, siempre con la colaboración de sus discípulos, dejaba instituciones educativas, residencias clericales y universitarias (que estudiamos en los apartados siguientes). A Baeza acudió en 1539 para reconciliar bandos enfrentados en luchas sangrientas; allí ayudó a organizar la universidad poniendo como formadores a sus discípulos. Este tema merece también estudio aparte.
Su retiro en Montilla (Córdoba) pudo tener inicio en 1554, ya enfermo, hasta su muerte ocurrida el 10 de mayo de 1569. Dejó huella imborrable en esta ciudad y, de modo especial, entre los clérigos, padres y novicios jesuitas y monasterios. Los "Memoriales" (1551 y 1561) para el concilio de Trento y las "Advertencias" (1565-1566) para el sínodo de Toledo, fueron también escritos en Montilla. Escribe a San Ignacio en 1549. El año 1568 escribe también a Santa Teresa aprobando su autobiografía.
Su muerte ocurrió en Montilla, el 10 de mayo de 1569. La enfermedad había sido larga y dolorosa, como "vino generoso con que Dios obsequia a sus amigos" (según él mismo afirmaba). Su oración durante el sufrimiento se expresaba con estas palabras: "Señor, crezca el dolor y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos". Pedía la Eucaristía con estas palabras: "Denme a mi Señor, denme a mi Señor". Expiró con la mirada puesta en el crucifico después de recitar la oración mariana "Recordare, Virgo Mater" y los nombres de Jesús, María y José. Según su última voluntad, fue enterrado en la Iglesia de la Compañía de Montilla. El epitafio de su sepulcro resume su carisma: "Messor eram" (fui segador).4