El amable lector que hubiera decidido, libre y voluntariamente, adentrarse en las páginas de este libro, podría llegar a conjeturar que se trata de un divertimento. De una obra ligera con la que su protagonista sólo pretendiera compartir, a título póstumo, algunos fragmentos de sus propias memorias. Lo que no sería poca cosa, siendo que, según se verá, sus vivencias son verdaderamente extraordinarias y de una gran singularidad.
Pero, porque no hay dos lectores iguales, podría surgir quien, antes de llegar al final de la obra, o después de concluida, advirtiera que no es solo un divertimento, aunque también lo sea. Y que no carece de un trasfondo. Que sí. Que lo tiene. Y que está ahí con la intención de indagar, como tantas veces se ha hecho, sin llegar a conclusiones, acerca de una cierta forma de trascendencia. Sobre la vida y sobre la muerte. Sobre las emociones que proporciona el hecho de vivir. Y sobre el misterio que acompaña al hecho de morir. Dejando a un lado dramas y plañideras. Y apartándose, con todo respeto, o con el que cada cual merezca, de dogmas y creencias.
Quedamos en la confianza de que, nuestro querido lector, se mantendrá perseverante en su lectura, y la disfrutará, hasta la última página. Salvo que el deseo de continuar le abandone a medio camino. Pero esto, es poco probable.